
Lo que hizo Madonna en 1989 no fue un videoclip: fue un auténtico incendio. Literal y figurado. Like a Prayer combinaba religión, erotismo, racismo, redención, un beso a un santo afroamericano y varias cruces ardiendo. Una joyita audiovisual que el Vaticano tardó unos 7 segundos en declarar herejía en prime time.
Pepsi, que había firmado con Madonna un contrato de 5 millones de dólares, sonrió, le dio la mano, y al día siguiente salió corriendo con las maletas. Solo habían emitido su anuncio una vez. Nunca más. El clip oficial de Like a Prayer se convirtió así en uno de los escándalos más gloriosos y costosos de la historia del pop. Y todo por atreverse a decir, en 5 minutos, lo que muchas campañas sociales no lograban ni en 5 años.
La escena clave: una iglesia, un crimen racista, un hombre afroamericano injustamente detenido y Madonna, testigo, bailando con rabia entre velas, vitrales y símbolos religiosos. ¿Qué podía salir mal? Todo, si le preguntas al Vaticano. Las televisiones censuraron el vídeo. Los líderes conservadores se llevaron las manos a la cabeza y gritaron al cielo. Y mientras tanto, adolescentes de medio planeta reproducían el clip en bucle con una mezcla de confusión y fascinación.
El contrato con Pepsi se rompió. Pero Madonna se mantuvo. No pidió perdón. No rectificó. No aclaró nada.
Hizo lo que solo pueden hacer los grandes: convirtió el escándalo en gasolina para el mito.
Moraleja: si vas a provocar, hazlo con estilo. Y si vas a perder un patrocinio, que sea bailando en una iglesia en llamas.