Hay errores que estrellan y errores que llevan al estrellato. Este último ocurrió en Abbey Road, el estudio más famoso del planeta, donde se grabaron discos legendarios y, por supuesto, también algún que otro despiste.
Cuentan que en una de las sesiones de grabación en los años 60, hubo un problema con los canales de mezcla. Algo tan simple como que el sonido no llegaba igual por la izquierda y por la derecha, nada del otro mundo. En lugar de parar la sesión, el técnico (probablemente con un café frío en la mano y la paciencia totalmente agotada) decidió separar los instrumentos: la batería a un lado, la voz al otro, y que Dios reparta ritmo por dónde pueda.
Así nació lo que hoy conocemos como paneo extremo, ese efecto en el que escuchas la guitarra solo por un auricular y el bajo por el otro. Si alguna vez has pensado que tu cable estaba roto… no, eras tú viajando a los 60.
Lo mejor es que el “fallo” gustó. Era raro, era nuevo, era psicodélico sin necesidad de sustancias. Y funcionaba. De ahí en adelante, muchas bandas lo adoptaron como marca de estilo. The Beatles, por supuesto. Pink Floyd, también. Y así, sin querer, un fallo técnico se convirtió en un recurso artístico. Cosas del pop.
Hoy en día lo usamos sin pensarlo. En una playlist cualquiera, te encuentras con una voz que solo suena por el lado izquierdo y un teclado flotando a la derecha, como si la canción jugara al escondite con tus oídos. Todo gracias a un pequeño fallo. Uno de esos que no se corrigen… porque suenan demasiado bien.
Moraleja: no todos los errores hay que arreglarlos. Algunos hay que ponerlos en estéreo y subirles el volumen.